El
hombre está alcanzando cimas insospechadas. puede dar la vuelta al mundo en
pocas horas. La luna y otros planetas están ya al alcance de las manos del
hombre. Poderosos computadores procesan en escasos segundos millones de
informaciones. las noticias circulan casi al mismo tiempo que los hechos. las
ciencias se disparan en su desarrollo, se especializan, se tecnifican, se
sotifistifican hasta lo inimaginable. Cada día aparecen ciencias nuevas y
proliferan las ciencias interdisciplinares. Tal parece que no hay una barrera
que pueda detener el afán de saber del hombre, ¿Hasta dónde puede llegar la
inteligencia humana? ¿llegaremos a saberlo todo?¿ Qué podemos saber?
Sin
embargo, asistimos a una creciente regresión en la convivencia humana. El siglo
XX ha sido un siglo de innumerables avances en la ciencia y en la técnica, pero
también ha sido el siglo que más muerte y violencia ha experimentado. El hombre
se ha transformado en un lobo para el mismo hombre, ha sido y sigue siendo
fuente de profundas contradicciones.[1]
Existe un abandono de las tradiciones, se ponen en tela de juicios costumbres,
normas y valores que eran considerados universales. El ser humano está cada vez
más enfermo y encerrado en sí mismo. Vivimos más intercomunicados con el mundo,
pero menos relacionados con nuestro entorno más inmediato. La libertad, en
algunos casos, es sinónimo de irresponsabilidad y la adolescencia es sinónimo
de nuevas aventuras. ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿Hasta dónde está permitido?
Estas
preguntas nos hacen referencia a un solo punto; sabemos mucho de lo de afuera,.
pero nada de nosotros. ¿Qué le espera a la humanidad?, ¿Qué debemos hacer para
actuar bien? etc. son preguntas que las podemos resumir en una sola ¿Qué es el
hombre? Y a esta pregunta intentaremos responder desde la filosofía y la fe.
Como
lo afirma el papa Juan Pablo II, “Quizás una de las más vistosas debilidades de
nuestra civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre: La
muestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el
hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo,
paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre
respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes
insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes”
(Puebla, Discurso Inaugural, 1,9)
Es por ello, que es preciso intentar alcanzar a decir
algo del hombre que nos abra al misterio que se esconde en su realidad.
Problemas
al tratar el tema sobre el hombre:
Las realidades que nos rodean no nos resultan
indiferente. La búsqueda, en un intento de aclarar lo “otro” ha llevado a
progresos científicos y técnicos. Se dá una realidad que nos toca vital y
dramáticamente. Nuestra propia realidad. Lo que somos. Así el problema y
misterio de lo humano se patentiza como lo más cercano, lo de más urgente
conocimiento, peo a la vez, como aquello más difícil de precisar.
Ante
el tratamiento del tema antropológico el lenguaje se torna pobre, impreciso, ambiguo,
pretencioso, ingenuo o torpe, no hay adecuación entre la realidad y el decir
sobre ella. El decir es parcial o falso en su intento de abarcarla. Nuestra
primera constatación es pues, confesar una ignorancia sobre el tema. esta
ignorancia no es tranquila y resignada, en ella estamos implicados. El tema del
hombre es abordado por diferentes ciencias. Sin que signifique un menosprecio
del saber científico, estas incursiones resultan parciales y por ello
insuficientes. La cuestión de lo específicamente humano no queda tocada y éste
es el terreno de la filosofía al abordar el tema. Se trata de explicitar el ser
del cual dimana nuestros modos de ser.
Pero,
¿Cómo abordar nuestro tema? ¿qué enfoque dar a esta realidad? ¿Qué actitud
tener ante ella? Todo intento de aproximación va precedido y acompañado de
determinadas actitudes y constataciones, éstas en el tema que nos preocupa son
insuficientes. Sabemos muy poco y lo poco que sabemos está lleno de
imprecisiones. Habrá que destacar algunas limitantes que tenemos frente al
tema, a saber:
-
Los
conocimientos que poseemos son precarios, y en parte, inadecuados;
-
Tenemos un
condicionamiento cultural que sin duda se impondrá en nuestras afirmaciones;
-
El lenguaje
resulta pobre y ambiguo;
-
Nuestra
capacidad de conocer tiene las desventajas propias de la naturaleza humana
(conciencia parcial y tardíamente)
a)
Ser temporal:
La temporalidad marca ritmos al ser humano; no es que la cualidad le pertenezca
como cualidad privativa; sino que ella adquiere un sentido por el hombre, este
es sujeto y hacedor de la historia; las circunstancias posibilitan y limitan su
ser. Por el hecho de constituirse el hombre un ser en el tiempo, adquiere con
éste una relación de compromiso. El hombre debe asumir el tiempo que le toca
vivir, asumirlo responsablemente. El ser temporal del hombre tiene muchas
vertientes posibles de importantes consideraciones: La vida se nos da en un
tiempo determinado: ¿Cómo usamos este tiempo? ¿Qué cabida tiene lo
específicamente humano en él? Estas podrían ser consideraciones subjetivas de
nuestro quehacer temporal; pero puede también darse una consideración objetiva
del tiempo. El Eclesiastés (3,1-7) habla de tiempos para...
“Todo
tiene su tiempo y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su hora... tiempo de
nacer... tiempo de morir... tiempo de reír...”
Esto
podría llevarnos a la pregunta: ¿Cuál es nuestro tiempo actual? ¿Qué
consistencia lo llena o enriquece? Hay un tiempo para recibir y un tiempo para
dar. Se podría objetar diciendo que todo tiempo, específicamente humano es un
tiempo de intercambio en el que se da y se recibe; pero me refiero aquí a la
incidencia mayor de una de estas modalidades. Es bueno pensar sobre el tiempo,
cuestionarlo en su distribución.
El
tiempo es un tema de gran trascendencia ascética; si pensáramos más que es lo
no recuperable; si realmente esto fuera una vivencia; no lo dejaríamos
transcurrir sin provecho y cuidaríamos con más esmero su planificación.
b) Ser
contingente: Muy en lo relación con lo
temporal y con el carácter dramático de la existencia humana, está la nota que
ahora veremos: El hombre es un ser
contingente, la contingencia dice relación, por un lado a la indiferencia, pudo
ser o no ser; mi ausencia o presencia no son decisivamente radicales. Por otro a la dependencia, y éste es el matiz
más profundo de la contingencia: el
hecho de que mi existencia es dependiente. Mi existencia no se constituye en la
línea del ser, sino en la del tener. Si
la existencia me es dada limitadamente en un tiempo, todo mi ser participa de
esa limitación: soy limitado en el
conocer, en el amar, en le prometer, en decidir (mis elecciones me limitan y
son ellas limitadas y excluyentes). El considerar estas realidades, consideración
que debe suponer no solo un saber intelectual, sino un saber vital, es útil
para lograr una actitud serenan para una aceptación de las limitaciones que son
múltiples, y constitutivas de mi ser; si esta realidad se conociera y aceptara
las limitaciones no deberían causar escándalo y sorpresas; soy un ser
indigente, precario, que a medida que se hace más, toma más conciencia de su
indigencia, un ser que en la medida que camina a un ser más, camina también
inexorablemente a su término, en esto radica el dramático matiz de a
contingencia en la vida del hombre.
La libertad está invocada por los valores
y condicionada por la circunstancias.
Los primeros deben ser cuestionados en su jerarquía; las segundas
superadas por el esfuerzo y usadas a favor por el proceso de personalización.
[1] ¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¡qué
novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicción, que prodigio!
¡Juez de todas las cosas, imbécil gusano, depositario de la verdad, cloaca de
incertidumbre y de error, gloria y excelencia del universo...! Reconoced, pues,
soberbios qué paradoja sois para vosotros mismos. Humillaos, razón impotente,
callad, naturaleza imbácil: sabed que el hombre supera infinitamente al hombre
(Pascal, Pensamientos, 265.)
“El hombre no es más que una caña, la más débil de la
naturaleza; pero una caña pensante. No hace falta que el universo entero se
arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero, aún
cuando el unverso le aplastara, el hombre sería todavía más noble que lo que le
mata, porque sabe que muere, y lo que el universo tiene de ventaja sobre
él; el universo no sabe nada de esto.
Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. Por aquí tenemos que
levantarnos, y no por el espacio y la duración que no podemos llenar.
trabajemos, pues, en pensar bien, he aquí el principio de la moral” (Pascal,
Pensamientos, 265)